Cuento: Curiosidad Mortal
Desperté ovillado en el piso, con la cabeza enterrada en mis rodillas. Las manos inertes, amoratadas, amarradas de las muñecas con alguna especie de cable o cuerda. No había zona de mi cuerpo que no mostrara signos de la violencia a la que había sido sometido. Mis pensamientos abotagados empezaron a girar veloces como las imágenes de un caleidoscopio, los eventos pasados regresaban a mi mente, mientras, a lo lejos, los ecos de una lúgubre música llegaban a mis oídos.
¿Cómo diablos llegue aquí?
Todavía no era la hora de salida, faltaban tan solo unos cuantos minutos para terminar mi jornada laboral, e iniciar el clásico ritual de todos los atardeceres: manejar mi desvencijado carro, llegar a casa, beber un trago y compadecerme del monótono día de trabajo.
El sonido del teléfono me sobresaltó.
Jan? - escuche mi nombre cuando acerqué el auricular al oído.
Jan Michaels?
Sí, el mismo- contesté sin reconocer la voz de mi interlocutor.
Sé del artículo sobre apariciones que está tratado de escribir para el Adverticer, y que aún no puede terminar. Me dijo la voz desconocida.
¿Artículo? - Intenté parecer confundido, mientras recordaba las hojas de papel mecanografiadas que estaban sepultadas en una de las gavetas de mi escritorio. - No sé a qué se refiere amigo-.
Puedo brindarle las pruebas que le faltan. Lo espero en la vieja casona abandonada en Bad Water Road. Cruce el río por la Calle oeste y siga hasta la Calle Pickman, doble a la derecha hasta la ciénaga. No se puede perder. Lo espero.
Y colgó. No conocía bien esa zona de la ciudad, pero con los datos podría llegar.
Los chicos asiduos a la biblioteca de la Universidad de Miskatonic habían causado revuelo al denunciar apariciones en los alrededores del edificio. La policía no encontró nada y determinó que se trataba de una broma de mal gusto entre estudiantes. Pero yo había encontrado algo. Antes que la torrencial lluvia que azotó Arkham esa noche borrara toda evidencia, descubrí huellas bastante extrañas que pude fotografiar. Las huellas no eran ni por asomo humanas, más bien parecían las de un animal bípedo.
Pasé los días siguientes indagando. Visité las aulas de la cátedra de zoología, fastidiando a todo aquel que se me pusiera a tiro, pero no hubo suerte. Pregunté a expertos en animales salvajes y también a los que no eran tan expertos, pero ninguno pudo reconocer las huellas. Algunos me insinuaron que no era una sola huella, sino varias superpuestas y por eso no podían identificarla, otros me miraron de mala manera, pensando que les estaba jugando una broma pesada y por último, también hubo de los que ni se dignaron a mirar la foto.
Estaba por darme por vencido ante tamaña decepción, pero apareció la casualidad, mi fiel compañera de trabajo. Mis pasos me llevaron donde un viejo profesor, de gastadas gafas de carey, que tenía su oficina en un rincón apartado del edificio de ciencias, mencionó un libro en la biblioteca que debería consultar. No quiso entrar en más detalles, dándome a entender que la visita había terminado. Le agradecí la información y me disponía a salir cuando sus palabras detuvieron mi marcha.
- Yo que usted, desistiría de todo este asunto. La verdad puede llevarlo a descubrir cosas que van más allá de lo imaginable. Hay eventos que no deben explicarse y es mejor dejarlos en el olvido -
Sus palabras me desconcertaron, pero me repuse. - No me asusta la verdad, soy reportero, es mi trabajo. Pero gracias por el consejo -
- Allá usted - concluyó el profesor continuando con su lectura.
Salí cerrando la puerta tras de mí. Las bombillas del pasadizo oscilaban y amenazaban apagarse, apuré el paso, por un instante pensé que las sombras me seguían. Creo que el viejo había logrado asustarme.
En la biblioteca la encargada me dijo que el libro "Dioses y sus criaturas" no figuraba en sus registros. Tampoco nada parecido con el tema.
Desilusionado y maldiciendo entre dientes al viejo loco, regresé al periódico y guardé los apuntes y las fotos en la gaveta y me olvidé de ellas hasta el momento de la llamada.
Tenía que saber, no podía quedarme con esta incertidumbre . Tome mi sobretodo, me calcé el sombrero y salí de la oficina de redacción del periódico.
Ahora que lo pienso, debí hacerle caso al viejo, dar por concluida la investigación y haberme dirigido a casa o por lo menos avisar a alguien a donde iba, escribir una nota, hablar con el portero (aunque no estaba en ese momento en su caseta). Dejé las precauciones obvias para un reportero de investigación, entré en el auto, arranqué el motor y me lancé a lo desconocido.
Anochecía cuando paré el auto en la entrada de la casona. Era una construcción de comienzos del siglo XVIII, una alta reja roída por el oxido impedía el acceso, volutas de fierro decoraban aquí y allá, formando extrañas figuras imposibles de reconocer.
Dejé las luces de los faros encendidas . Tomé la linterna que siempre llevaba en la guantera, probé su funcionamiento y bajé del vehículo.
El silencio era apenas roto por el cántico de los grillos y el entrechocar de las ventanas de madera de la segunda planta que estaban abiertas y jugaban con el viento.
El chasquido de un cerillo al encenderse iluminó la figura de un hombre situado a un lado de la verja y que en un principio no había vislumbrado. El sombrero calado hacia abajo tapaba su rostro, ropas oscuras acordes a la estación y de contextura bastante gruesa. Estaba de pie con una postura algo encorvada hacia un lado. Un ser extraño, que en otras circunstancias no me hubiera gustado conocer.
Estaba seguro que vendría, Jan - La voz sonaba algo ronca, como si el aire hiciera demasiado esfuerzo para salir de sus pulmones y forzara sus cuerdas vocales.
No se movió. Salvo el ademán de la mano llevando el cigarro a la boca repetidas veces.
Su llamada despertó mi curiosidad - le respondí.
A veces la curiosidad puede ser mala consejera, mi amigo. Entre a la casa y mírelo con sus propios ojos. - El hombre avanzó hacía la entrada por un sendero de tierra, franqueado por cardos resecos.
Encendí la linterna, no quería parecer acobardado, pero algo me inquietaba. Era el lugar? la hora? la soledad y lucubres de la casona? o el tipo que se alejaba de la entrada o todo junto.
Esperé - le llamé- ¡Quién diablos es usted?, ¿Vive en esa vieja casa?. No pienso cometer ningún acto ilícito. ¡Se lo advierto!.
El individuo paró en seco. Se volteó lentamente y me dijo:
Mi nombre es Leonard, curador de libros de la Universidad de Miskatonic. Hace algunos días estuvo buscando información sobre unas huellas que encontró en el campus, cerca de la biblioteca. Sé que solicitó un libro y que le respondieron que ese libro no existía. !Mentira! - levantó la voz- El libro si existe, yo lo he visto, mis dedos han acariciado sus páginas y mis ojos se han deleitado contemplando las bellas y subyugantes imágenes que posee. No existe nada más hermoso que el horror que transmite cada trazo, cada curva, cada sombra.
Venga, no hay tiempo que perder. Están por llegar. Esta noche se reúnen para continuar con su ritual cósmico. Venga, venga. - Me apremió.
El llamado Leonard, apuró el paso hacia la puerta doble de madera, manipuló la cerradura y entró en la casa.
Yo me quedé petrificado. El sujeto parecía algo desquiciado; quizás el estar inmerso en un mar de libros raros haya terminado por perturbarlo y alterar su concepto de la realidad.
En fin, suficiente por hoy, definitivamente no era una buena forma de terminar el día, pero no se puede ganar en todas. Regresé al auto, traté de encender el motor, pero este no arrancó. La aguja del medidor de gasolina marcaba cero. Abrí la cajuela para ver si me quedaba algo de nafta en el bidón de emergencia. Nada, estaba completamente seco.
Solo me quedaba caminar o entrar a la casa, quizás habría algún teléfono para llamar al servicio mecánico y que vengan a ayudarme. Decidí por lo segundo estaba en una zona demasiado retirada y no me hacia gracia caminar tanto y menos de noche.
Encendí nuevamente la linterna, crucé la verja de fierro y me dirigí hacia la puerta que se encontraba ahora entreabierta.
Ingresé.
Hacía oscilar la luz de la linterna de un lado a otro para alumbrar el lugar y de paso ver en donde pisaba. Era un pequeño recibidor, con bancas de madera talladas adosadas a las paredes y completamente destartaladas que difícilmente podrían soportar el peso de una persona sin romperse.
Una alfombra raída en el piso que terminaba en una puerta, doble también, pero deslizable, uno de los lados se encontraba corrida, el espacio suficiente para que un hombre pasara.
Hola? - pregunte en voz baja. - Leonard? - volví a preguntar, recordando el nombre del individuo que me trajo hasta aquí.
Nadie respondió.
Deslicé completamente la hoja para poder salir rápido en caso de necesidad. Uno nunca sabe cuándo debe salir pitando de un lugar así.
Por su estado la casa parecía completamente abandonada. La idea del teléfono para llamar a un mecánico me pareció en ese instante absurda.
Era un gran salón, con escaleras marmoleadas a ambos lados que llevaban con seguridad al piso superior. Todo estaba oscuro, o eso me pareció al comienzo.
Dirigí la linterna hacia arriba. El techo era elevado, decorado con extrañas figuras que no alcanzaba a reconocer.
En el centro del amplio salón en donde me encontraba, un extraño fulgor salía del piso, rojizo, discretamente vaporoso.
Con cautela, me acerqué tratando de que mis pasos no hicieran mucho ruido, inevitablemente la madera crujía con mi peso.
La luz salía de un enorme agujero. Los listones de madera que forraban el piso se abrían en los bordes como si algo hubiera salido de abajo con increíble violencia.
Al llegar a la orilla de la cavidad, el asombro marcó mi rostro. Una especie de gruta, cueva o caverna se abría bajo la casa. Abajo, como a unos cinco a seis metros de profundidad, en el piso, se dibujaba una figura enorme, espectral, una rara estrella de cinco puntas, roja, fulgurante. Las llamas ondeaban como si estuvieran mecidas por un viento que iba y venía. Era extraño porque de uno de sus vértices se proyectaba una roja cola retorcida.
Instintivamente busqué mi vieja Kodak Brownie. No estaba colgada de mi pecho. La había dejado olvidada en el auto.
Las palabras de Leonard cobraron algo de sentido - No hay tiempo que perder - Había dicho.
Giré sobre mis talones rumbo a la puerta. Esta noticia era el titular del periódico mañana.
Una sombra que se alzaba frente a mí detuvo mi camino.
Era Leonard o alguien parecido, el sombrero y las ropas eran las mismas, pero algo activó mi miedo, quizás fue el hedor que de él emanaba, o los ojos redondos y enrojecidos por la luz de la estrella que me miraban fijamente. No, nada de eso, fue su rostro en su conjunto, la nariz achatada, la boca sin labios, coronados solamente por pequeños apéndices vibratorios que le llegaban hasta el mentón, la saliva chorreante por las comisuras de la abertura que no era de ninguna manera una boca.
A veces la curiosidad es mala consejera - silbo entre los apéndices el ser. Retrocedí ante la putrefacción que salían de esas fauces, sentí el borde del agujero chocando mis talones.
Como en cámara lenta los brazos del ser se elevaron. No atiné a nada. Estaba perdido.
La fuerza del empujón me arrojó hacia atrás. Inicié una caída infinita, segundos, minutos, horas tal vez, no lo sabía, solo sentía como mi cuerpo era mecido por un viento ensordecedor y azotado por un látigo inmisericorde. No podía mantener los ojos abiertos. No llevaba ropa alguna, sentía mi desnudez y era consciente del dolor lacerante que experimentaba con cada trallazo. Así, torturado salvajemente fui cayendo, hasta que perdí la noción del todo.
Lo que en un principio tomé como un eco musical, era simplemente el sonido del paso del viento por alguna rendija, la cloaca en donde estaba tirado, era una especie de cueva en la roca, el piso de tierra estaba colmado de inmundicias pestilentes. A unos metros se veía la pequeña abertura que fungía de entrada. Traté de incorporarme, pero las fuerzas me habían abandonado.
Aparecieron de improviso en la entrada, eran varios, humanoides, desnudos, de rostro canino, piel sin vida, gomosa y exudando a moho, garras por manos y pezuñas deformes por pies. Las huellas y los seres encajaban en un corolario maldito.
Comprendí mi destino, hundí el mentón en mi pecho y lloré, con un leve gimoteo al comienzo que fue creciendo hasta convertirse en un alarido enajenado. Levanté el rostro convulso mientras las lágrimas corrían por mis mejillas, el corazón acelerado y la presión en mis sienes acabaron con el sostén de mi realidad. Me derrumbé en el piso hundiéndome en las sombras de la locura.
Los gules caminaban algo encorvados, sin prisa. La comida estaba servida y no iba a escapar a ningún lado.
Imagen extraida de: http://pt-br.supernatural.wikia.com/wiki/Ghouls
0 comentarios